Suben los precios y crece el descontento: la canasta familiar se vuelve inalcanzable para los bolivianos
Pese a los anuncios oficiales de estabilidad económica y la reciente baja del dólar a 9.96 bolivianos, los precios de los productos de primera necesidad siguen disparados en los mercados del país.
Las amas de casa y trabajadores viven una asfixiante escalada del costo de vida, mientras el salario pierde valor y el Gobierno no ofrece soluciones concretas.
La inflación golpea a los hogares bolivianos mientras los comerciantes y especuladores se enriquecen a costa del hambre del pueblo.
En todos los mercados del país se escucha el mismo grito de desesperación: “¡Todo está caro!”. La carne, el arroz, el fideo, el aceite, las verduras, el tomate y hasta el limón se han vuelto artículos de lujo. Mientras el Gobierno presume que el dólar bajó a 9.96 bolivianos, en la realidad los precios de los alimentos siguen disparados y el bolsillo del pueblo no aguanta más.
Hoy el kilo de carne cuesta entre 60 y 80 bolivianos, cuatro tomates se venden por 10, la arroba de plátano llega a 30, la libra de cebolla a 5, y tres limones cuestan lo mismo. El litro de aceite alcanza los 23 bolivianos, y el fideo y el arroz suben cada semana. Las amas de casa ya no saben cómo hacer rendir el salario, mientras los precios siguen subiendo sin control.
La gente en los barrios y mercados denuncia que los comerciantes y grandes intermediarios se están enriqueciendo con la necesidad del pueblo, especulando sin que ninguna autoridad ponga orden. “Nos están robando con los precios, el Gobierno mira para otro lado”, dicen con rabia muchos consumidores.
La inflación golpea cada vez más fuerte, y el silencio oficial solo agrava la indignación. No hay controles, no hay fiscalización, no hay soluciones. El pueblo trabaja más y come menos.
Mientras los poderosos se reparten los cargos y los negocios, los bolivianos enfrentan la pobreza, el desempleo y el hambre. La supuesta estabilidad económica es solo discurso: la realidad está en los mercados, donde la gente cuenta moneda por moneda para sobrevivir.
La población exige medidas urgentes: control real de precios, sanción a los especuladores y una política seria para proteger el bolsillo del pueblo. Porque mientras unos pocos se llenan los bolsillos, la mayoría apenas tiene para comer.
Suben los precios y crece el descontento: la canasta familiar se vuelve inalcanzable para los bolivianos
Pese a los anuncios oficiales de estabilidad económica y la reciente baja del dólar a 9.96 bolivianos, los precios de los productos de primera necesidad siguen disparados en los mercados del país.
Las amas de casa y trabajadores viven una asfixiante escalada del costo de vida, mientras el salario pierde valor y el Gobierno no ofrece soluciones concretas.
La inflación golpea a los hogares bolivianos mientras los comerciantes y especuladores se enriquecen a costa del hambre del pueblo.
En todos los mercados del país se escucha el mismo grito de desesperación: “¡Todo está caro!”. La carne, el arroz, el fideo, el aceite, las verduras, el tomate y hasta el limón se han vuelto artículos de lujo. Mientras el Gobierno presume que el dólar bajó a 9.96 bolivianos, en la realidad los precios de los alimentos siguen disparados y el bolsillo del pueblo no aguanta más.
Hoy el kilo de carne cuesta entre 60 y 80 bolivianos, cuatro tomates se venden por 10, la arroba de plátano llega a 30, la libra de cebolla a 5, y tres limones cuestan lo mismo. El litro de aceite alcanza los 23 bolivianos, y el fideo y el arroz suben cada semana. Las amas de casa ya no saben cómo hacer rendir el salario, mientras los precios siguen subiendo sin control.
La gente en los barrios y mercados denuncia que los comerciantes y grandes intermediarios se están enriqueciendo con la necesidad del pueblo, especulando sin que ninguna autoridad ponga orden. “Nos están robando con los precios, el Gobierno mira para otro lado”, dicen con rabia muchos consumidores.
La inflación golpea cada vez más fuerte, y el silencio oficial solo agrava la indignación. No hay controles, no hay fiscalización, no hay soluciones. El pueblo trabaja más y come menos.
Mientras los poderosos se reparten los cargos y los negocios, los bolivianos enfrentan la pobreza, el desempleo y el hambre. La supuesta estabilidad económica es solo discurso: la realidad está en los mercados, donde la gente cuenta moneda por moneda para sobrevivir.
La población exige medidas urgentes: control real de precios, sanción a los especuladores y una política seria para proteger el bolsillo del pueblo. Porque mientras unos pocos se llenan los bolsillos, la mayoría apenas tiene para comer.



