Las perspectivas electorales en Bolivia están marcadas por una profunda desconfianza ciudadana. Las encuestas que se difunden de forma permanente en medios de comunicación y redes sociales se han convertido en un simple saludo a la bandera, carentes de credibilidad real. La brecha entre los datos presentados y la percepción en las calles es cada vez más evidente.
Uno de los políticos con mayor presencia territorial es el exalcalde de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, quien convoca a multitudes en sus recorridos y concentraciones. Pese a ello, su nombre no figura en los primeros lugares de las encuestas tradicionales, lo que genera sospechas sobre la objetividad de estas mediciones.
En contraposición, candidatos como Samuel Doria Medina, Jorge Tuto Quiroga y Andrónico Rodríguez no tienen presencia activa en calles ni en contacto con la población. Sin embargo, sus campañas dominan el espacio digital y mediático, con cuantiosas inversiones en publicidad en redes sociales y medios de comunicación donde gozan de exclusividad.
Además, los llamados “debates” políticos organizados por algunos canales de televisión y plataformas digitales se han transformado en montajes controlados, donde los verdaderos temas nacionales son evitados o minimizados. Los candidatos principales, lejos de proponer un proyecto serio de país, recurren a frases hechas, promesas vacías y discursos desconectados de la realidad boliviana.
Destaca el caso del presidente del Senado y actual aspirante presidencial, Andrónico Rodríguez, quien ha sido duramente criticado por su falta de propuestas, su silencio público y su desconocimiento de los problemas estructurales del país. Para muchos, su candidatura representa un vacío político más que una alternativa real.
Este panorama electoral confuso, poco transparente y dominado por el marketing político, ha generado un fenómeno preocupante: el crecimiento constante del número de ciudadanos indecisos. Cada vez más bolivianos optan por la abstención o por anular su voto, desencantados con una clase política que no escucha ni representa al pueblo.
La democracia boliviana necesita urgentemente transparencia, propuestas serias y un debate genuino sobre el futuro del país. Mientras eso no ocurra, el desencanto seguirá creciendo.