Martes, 11 Febrero 2025
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ERIK FAJARDO: La conspiración de los eunucos

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Durante el ocaso de la dinastía Quing, los eunucos imperiales incendiaron la Ciudad Prohibida, ciudadela capital desde donde gobernaba Puyi, el último de su dinastía y eventualmente el último emperador de China.

De la emasculación implementada como procedimiento para producir servidumbre dócil durante las tempranas dinastías Qin y Han la castración se convirtió en menos de un milenio en el rito de pasaje de la ascensión social a un estrato de privilegio e influencia cortesana.

Beneficiados de su percepción como seres incompletos y minusválidos, los eunucos fueron facilitadores de comodidades y placeres a los emperadores, que finalmente terminaron de consejeros de cabecera, confesores y albaceas.

Su poder derivaba del favor discrecional del monarca, por lo cual sostuvieron una larga dialéctica con los eruditos confucianos, la burocracia meritocrática del Estado, que resentía su discrecional influencia emanada del favor imperial.
Durante las dinastías Ming y Quing adquirieron la presunción de pureza debido a su extirpada capacidad para el placer personal.

Se los presumía sin intención, sin apetito, sin potencia (gr. potentium, potere), es decir, sin agencia para el poder.
Todo lo contrario, los castrados se constituyeron en una casta orbital al emperador, que protegida por la presunción generalizada de su ausencia de deseo egoísta, fueron confiados la administración del erario y los bienes imperiales.

Cuando Puyi, que tuvo preceptores británicos, intentó asumir su investidura e introducir reformas de estado, empezando por solicitar a los eunucos el balance del tesoro imperial, estos le prendieron fuego a la Ciudad Prohibida, residencia del emperador.
Los eunucos fueron expulsados del imperio por Puyi y en 1924 la institución fue finalmente abolida. Sin embargo el rol político de los eunucos se perpetuó aún durante la China comunista.
El modelo de producir secretarios controlados por una burocracia política fue exportado por el comunismo asiático y aplicado durante el rebrote maoísta-guevarista 2000-2020 en Latinoamérica.
Presidentes sin carácter, noción de estado y con profunda codependencia de entornos “eunucos” se encumbraron en Bolivia, México, Honduras y más tarde Perú, países donde la percepción de deficitarias capacidades para el poder de sus gobernantes expuso la influencia decisoria de entornos personales paraestatales.
Luis Arce enfrenta hoy la pataleta de los eunucos del Estado evista que heredó pero que decidió administrar prescindiendo de su intermediación y ahora el país arde.

Su eunuco de cabecera le renunció en ausencia tras urdir su remoción, en concomitancia con el eunuco mayor de su predecesor y algún otro de nueva aparición. Hacer arder el país para cambiar a un regente por otro que no cambie las cosas; por alguien que jamás intente remover a esa viciosa burocracia palaciega.

Siempre habrá un Puyi, un imberbe ingenuo a quien tentar con la idea de ser quien se siente en la silla y juegue a perseguir cortesanas con los ojos vendados por los pasillos de palacio, con una diadema más grande que sus cienes, mientras sus presuntamente emasculados consiglieri manejan por él Bolivia por otra década.

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